lunes, 21 de abril de 2008

Monstruos de ciudad

Olvidarse el pasado, olvidar el futuro, vivir el presente ¿Esa fórmula funciona? Escapé de casa, dejé los libros, dejé a Sartre, a Calvino, a Groucho, dejé a Vizcarra, a Nietzche, a Saramago, dejé una montaña de fotocopias y diskettes y papeles que ya no me decían nada. Escapé de casa, fui a plaza Bulnes, me senté en una hamaca. Me hamaqué. Tenía una botella de cerveza en la mano y una mirada perdida. ¿Qué hubiera dicho Schopenauer?

Estuve un rato tratando de entender algunas cosas. Pensé en dejar la carrera. En escribir una novela. Algo realmente bueno. De fondo escuchaba gritos y risas. Niños desafiando el declinante calor del sol, formando siluetas transpiradas, recortándose bajo la indecisión de un subibaja. Una novela, pensé. Y creo que fue la primera vez que pensé en algo tan grande.

Alguien encorvado, sucio, decididamente gastado por el correr de los años se me acercó. Me apoyó una mano deslucida en el hombro. Era un hombre. No tendría treinta años.

Fingir indiferencia me pareció lo correcto.

-Las hamacas son para los nenes –dijo.

Su rostro se había oprimido en una mueca absorbente; creo que intentó ser una sonrisa.

-Soy un nene.

-Un nene que fuma porro -respondió.

Entorné los ojos; el sol se guarecía bajo una larga hilera de edificios. El atardecer era una realidad.

-Convidame, nene. Mirá lo que soy.

Era un hombre deshecho, totalmente perdido. Ni siquiera era un hombre.

-No fumo –dije.

Era un monstruo.

-Perdón -susurré.

Un monstruo de ciudad.

Me levanté de la hamaca y fingí que no escuchaba esos alaridos desgarradores. Esas injurias. El aullido de un lobo en una montaña desierta hubiera sido más dulce.

Me volví, le acerqué los restos de cerveza, unas monedas. Una sonrisa sin dientes funcionó como despedida. Y me alejé. Por la espalda un escalofrío se apropió de mi cuerpo. Antes los fantasmas recorrían Europa, ahora los fantasmas recorren las plazas de Buenos Aires.

Caminé las diez cuadras hasta mi casa. Abrí la heladera y saqué un yogurt. Lo comí mientras observaba esa pila estrambótica de libros y papeles y diskettes y ropa.

El futuro sonreía.

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