lunes, 14 de abril de 2008

Agente secreto

Ayer dejé el msn abierto durante todo el día. Una manera tosca -bastante tosca, supongo- de hacer publicidad de este blog nuevo. Algo así como tratar de desvirgarlo, digamos. Muy suavemente. Aunque me gustaría romperle el himen con la brutalidad que pueden dar unos avisos en Clarín y Página12 y La Nación y el siempre excelso Infobae. Pero nada de eso es posible. Dejé el msn abierto. Ya saben, publicidad barata.

Mientras tanto, acostado en la cama, trataba de avanzar en ese libro cargado de adjetivaciones brillantes de Joseph Conrad: El agente secreto. Y antes, para quedarme con el pan y con la torta, como quien dice, leí un libro de espionaje avanzado (avanzado porque es una parodia al espionaje) de Graham Greene: Nuestro hombre en la Habana. Y llegué a la conclusión –bastante obvia, por otro lado- de que yo sería un pésimo agente secreto.

No sería capaz de caminar por la calle usando sobretodo gris –aunque no sea un día de lluvia, siempre hay que usar sobretodo gris-, calzando anteojos negros y guantes de cuero, intentando perseguir a un sospechoso que muy posiblemente se me perdería de vista a las pocas cuadras. Me imagino la llamada del jefe, ese hombre de seguro rechoncho, con mejillas rojas y voz gruesa y atronadora. Quizás se llamase T.

-Hace días que viene siguiendo a nuestro sospechoso. Todavía no ha pasado ningún informe.

-Es cierto, todavía no le he pasado ningún informe.

Cuando uno no sabe qué responder, nada mejor que repetir palabras.

-Bueno –el jefe (creo que habíamos acordado que se llamaba T.) se quedaría pensando un rato- ¿qué tiene que decir al respecto?

-Que nos encontramos ante un sospecho hábil. No hay duda.

Descargar la responsabilidad en la virtud del otro, y no en la ineficiencia de uno, puede ser una buena maniobra.

-Usted es un imbécil –pero T. es un hombre inteligente-. Su único trabajo es seguirlo y pasarnos un informe detallado sobre sus actos. Hace dos meses que se lo encargamos.

-Lo seguí, en efecto. Y fui tan hábil que traté de adelantarme a sus movimientos.

T. tose fuerte. Se produce un silencio en la línea.

-¿Y qué pasó, entonces? –T. está impaciente.

-El problema estuvo en el sospechoso. Yo me adelantaba con mucha habilidad, pero él tuvo la inteligencia de no elegir los caminos que yo seguía.

-Usted es un imbécil. Le voy a labrar un acta por incompetente. Y considérese despedido.

La última frase nunca la tiene que tener el antihéroe de la historia. Pero en este caso la tiene. El antihéroe soy yo. Y yo quiero tener la última frase:

-Se lo agradezco. El sobretodo y los guantes me hacían transpirar demasiado.