sábado, 19 de abril de 2008

Humo

Otro día insensato. Fumé un cigarrillo. Tosí. Lo dejé. Miré el libro de Marguerite Duras, negro, atractivo. Sucio. Como su escritura y su poética. El amante, se llama. Lo agarré con odio, lo leí de un tirón, olvidándome del humo que se filtraba por la ventana, de la música del Cuarteto de Nos que sonaba incansablemente, una y otra vez en la computadora. Me preparé para la noche. Me bañé, me puse perfume, un saco. Las zapatillas de Bolivia. Y salí.

Había hablado con la motociclista. Para caer en el vicio, en la trampa del sexo. El olor. Hay mujeres que emanan olor a sexo. Se siente, se puede tocar. La llamé y le dije: Quiero verte ya. Ella tiene olor, tiene un pelo largo, lacio, que le cae por los hombros. Esos hombros estrechos, aguerridamente indefensos. Su olor es el olor del sexo ¿Ya lo dije? Quería volver a verla.

Le dije una dirección. Una calle. Nada de bares. No tengo plata. No trabajo. Casi no estudio. Nada de bares. Una dirección cualquiera. Dos esquinas que se cruzan. Algo así. Quería llevar la situación al límite. Partirme el cuello de ser necesario. Quería encontrarme con ella y que las formalidades desaparecieran. Se hundieran bajo ese humo insoportable que empapa la ciudad. Quería saber que ella quería.

Otra vez llegó temprano. Otra vez habló con esa voz nada melodiosa, nada sensible, nada atrapante. Dijo cosas sin sentido: Amo la literatura: Odio la gente que no sabe vestirse: Quiero vivir la vida. La miré sin ocultar mi desprecio. Me sentí despreciable.

Estaba acelerado y tenía miedo y tenía ganas de tener miedo. Quería arrojarme a sus brazos. Pedirle perdón. Tratar de entender el mundo, que me ayudase a entenderlo todo: la desidia frente al gobierno, mi actitud pasiva, reprochable. Mis faltas de ganas de vivir la vida.

Nos dimos unos besos.

Nos sentamos en una plaza.

Hablamos.

Y seguimos hablando.

Y creo que llegué a entenderla. Y pasó eso: tenía miedo de ser vulnerable: de echarme a llorar. Le dije basta. Que no quería volver a verla. Lloró. El humo se salpicaba de lágrimas. De tristeza. La tristeza de alguien indefenso, más indefenso que yo. Le pedí perdón. Besé el humo. Las lágrimas.

Fue un día triste.

3 comentarios:

Vera Fog dijo...

Fumo pipa y no tengo sobretodo, tengo bata.
Me saco la pipa de la boca y veo las burbujas que hice. Es un buen detergente.

digo: qué onda esta motoquera que no usa casco.

sigo: ¿no tendrá un chip en la oreja?

Ah, no. Eso era de la noche de cuentos.
Pero la motociclista también.

Te dejo besos y nos vemos pronto. Por favor, que sea en la milonga.

Juliana Hielogrande

Pablo Gowezniansky dijo...

En la milonga será. Luz atenuada y vino sobre la mesa. Tango y pasos dobles. El ocho.

Este jueves.

O el otro.

Unknown dijo...

Y yo, yo que no se nada de noches de cuentos, y me pongo celosa, y quiero volver a esos momentos que compartíamos los tres... noche, la renga, carcassonne, o vino, tango, humo de cigarrillos que se fuman solos.
este jueves, o el otro.
Mariana Melancolia.