viernes, 25 de abril de 2008

El rey del mundo

Salí a comprar cigarrillos. Caminé unas cuadras por Corrientes y al instante sentí cómo ese aroma fétido me envolvía. Un aroma que no puede más que recordarme a la ciudad. Su inmensidad, su paranoia. Nada como una ciudad paranoica para intentar relajarse un poco.

Lo cierto es que estaba agotado, y tenía motivos para estar agotado. Durante más de tres horas intenté hacer un esquema de personajes, ambientes, capítulos, sensaciones, y digo más: tuve la osadía de arriesgarme con algunas descripciones que, siendo lo más honesto posible, probablemente jamás encajen en ningún lado. “Ojos como altiplanos”, por ejemplo. O: “X tenía una cintura más propia de un despertador que de un ser humano”. Cosas así. Dejar volar la imaginación. Chamuyo literario, le dicen.

A las pocas cuadras la calle Corrientes ya me tenía saturado. Había que hacer malabares para esquivar esa manada de gente indisciplinada que se oponía (no sé si concientemente) a mi natural necesidad de avanzar (cómo no) hacia adelante. Así y todo, más o menos, conseguir llegar al kiosco.

-Unos Morris de diez –pedí.

Una señora gorda, sorprendentemente gorda, atracada detrás del mostrador, sacó a paseo una sonrisa fofa.

-No me quedan.

La sonrisa se mantuvo. Parecía pegada con Topolino. Y me fui con una caja de Camel, un encendedor y una mueca que podría tildarse de irónica.

Seguí caminando sin dirección alguna. A los pocos metros, un hombre (un cartonero, no sé si cuenta como un hombre) se detuvo al verme encender un cigarrillo.

-¿Me convidás uno, pa?

Le acerqué uno. ¿Fuego? Sí, también. Le acerqué fuego.

Encendió su cigarrillo y vi cómo del pantalón sacaba un papel. Era un folleto.

-¿Sabés quién es este? –preguntó.

En letras negras y gigantes estaba escrito “¿Creés saber quién es el rey del mundo?” . Al costado había una foto de un hombre barbudo. Bien podía ser el Che Guevara. O también Jesús.

-No tengo idea.

Pareció meditarlo un segundo. Sus ojos aparentaban ser los de un alcohólico. Pero no había rastros de alcohol en su aliento. Y preguntó:

-¿Sos judío, no?

-Sí.

Suspiró pesadamente. Miró hacia la avenida, los autos, la insoportable cantidad de gente.

-No importa –dijo.

Y entonces se fue.

1 comentario:

Vera Fog dijo...

¿No sería Alejandro Balbis?

Pero con pelo.


Besos y nos vemos pronto!




Juliana Cabello.