Salí a comprar cigarrillos. Caminé unas cuadras por Corrientes y al instante sentí cómo ese aroma fétido me envolvía. Un aroma que no puede más que recordarme a la ciudad. Su inmensidad, su paranoia. Nada como una ciudad paranoica para intentar relajarse un poco.
Lo cierto es que estaba agotado, y tenía motivos para estar agotado. Durante más de tres horas intenté hacer un esquema de personajes, ambientes, capítulos, sensaciones, y digo más: tuve la osadía de arriesgarme con algunas descripciones que, siendo lo más honesto posible, probablemente jamás encajen en ningún lado. “Ojos como altiplanos”, por ejemplo. O: “X tenía una cintura más propia de un despertador que de un ser humano”. Cosas así. Dejar volar la imaginación. Chamuyo literario, le dicen.
A las pocas cuadras la calle Corrientes ya me tenía saturado. Había que hacer malabares para esquivar esa manada de gente indisciplinada que se oponía (no sé si concientemente) a mi natural necesidad de avanzar (cómo no) hacia adelante. Así y todo, más o menos, conseguir llegar al kiosco.
-Unos Morris de diez –pedí.
Una señora gorda, sorprendentemente gorda, atracada detrás del mostrador, sacó a paseo una sonrisa fofa.
-No me quedan.
La sonrisa se mantuvo. Parecía pegada con Topolino. Y me fui con una caja de Camel, un encendedor y una mueca que podría tildarse de irónica.
Seguí caminando sin dirección alguna. A los pocos metros, un hombre (un cartonero, no sé si cuenta como un hombre) se detuvo al verme encender un cigarrillo.
-¿Me convidás uno, pa?
Le acerqué uno. ¿Fuego? Sí, también. Le acerqué fuego.
Encendió su cigarrillo y vi cómo del pantalón sacaba un papel. Era un folleto.
-¿Sabés quién es este? –preguntó.
En letras negras y gigantes estaba escrito “¿Creés saber quién es el rey del mundo?” . Al costado había una foto de un hombre barbudo. Bien podía ser el Che Guevara. O también Jesús.
-No tengo idea.
Pareció meditarlo un segundo. Sus ojos aparentaban ser los de un alcohólico. Pero no había rastros de alcohol en su aliento. Y preguntó:
-¿Sos judío, no?
-Sí.
Suspiró pesadamente. Miró hacia la avenida, los autos, la insoportable cantidad de gente.
-No importa –dijo.
Y entonces se fue.
viernes, 25 de abril de 2008
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1 comentario:
¿No sería Alejandro Balbis?
Pero con pelo.
Besos y nos vemos pronto!
Juliana Cabello.
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