Mi día fue pésimo. Me tenía que despertar a las siete de la mañana para ir a la facultad, y por supuesto que otra vez me quedé dormido. A eso de las diez de la mañana un vecino comenzó a cantar Bésame mucho en una versión bastante propia. No valía no desafinar, ni cantar otra cosa que no fuera el estribillo. Pensé en ponerme algodón en los oídos y traté de llevarlo a la práctica. Es claro: no encontré algodón en ninguna parte. Y así empezaba uno de esos días.
Traté de tentar a la suerte, sin embargo. Tomé mi cuaderno y una birome y salí a la calle. Fui a un bar que queda en Pueyrredón y Sarmiento. No era del todo malo. Las mesas estaban casi limpias y el mozo era gordo y con bigote, ¿podía pedir algo más? Me senté y traté de encontrar personajes. Un tipo en la barra, con saco blanco deslucido, labios finos como escarbadientes, una atrevida sonrisa de pedófilo. Eso anoté. Y pensé: esto va bien. E incluso comencé a imaginarme un cuento donde cabría un personaje tan desagradable.
Y entonces, a mis espaldas, un ruido atronador me sacó bruscamente de mis pensamientos. Me di vuelta y vi un Nalbandian gigantesco, sudando como una botella recién sacada de la heladera, y una raqueta que debía tener por lo menos el tamaño de mi cabeza.
Cerré el cuaderno y me resigné a mirar el partido. Después de todo, Dios sabe por qué hace las cosas. O al menos eso intentaba creer.
Pero a la tarde tuve la oportunidad de desquitarme. Estaba por salir de la estación Carlos Gardel (acababa de sufrir una tremenda decepción que ahora no tengo ganas de contar) y me topé con unos pendejos que trataban de ensamblar unos instrumentos (guitarra, piano y bajo) de la peor manera posible. Escucharlos era más difícil que tratar de disfrutar el sonido de un lavarropas.
Pero tuvieron una ocurrencia: junto a la funda de la guitarra (con una asombrosa cantidad de dinero que demuestra, otra vez, la estupidez de mucha gente), colocaron un cuaderno y un marcador, y el cuaderno tenía un título que decía “Libro de quejas”.
Lo agarré, lo abrí, y sentí la mirada ansiosa de todos los integrantes. Estaba lleno de inscripciones (por supuesto escritas por ellos mismos) que decían“Aguante La Gamba RnR”, "son lo más", e incluso la idiotez de: “Son un grupo con mucho futuro, no paren de tocar”. Tomé el marcador con mucha calma y anoté tres palabras que creía que definían más o menos el contenido de la banda.
Cuando salí del subte, ni siquiera la lluvia podía arruinarme ese pequeño momento de satisfacción. Me imaginaba a los integrantes de la banda parando de tocar, abriendo el cuaderno y leyendo en letras grandes y mayúsculas:
“Son todos putos”.
sábado, 12 de abril de 2008
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2 comentarios:
Me sacaste una sonrrisa en un dia triste... Shey
Pobresitos, no todos podemos ser virtuosos como vos. Dejadnos vivir, a los mediocres, y ser felices. O no.
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