lunes, 16 de junio de 2008

Girando y girando

¿Quién cae en una fiesta con tres vinos y un video de boxeo? ¿Quién saluda con una piña en el brazo y una sonrisa boba? ¿Quién se rehúsa a subir por la escalera aunque se le pida una y otra vez, aunque se le exija con una convicción terminante?

-Basta. Mis pulmones no están para subir cuatro pisos a pata. Y los tres vinos también pesan –esos vinos, por supuesto, que ahora estaba cargando yo; y es cierto: pesaban.

Pero tengo que reconocerlo: apenas bajé del ascensor proferí un tremendo suspiro, como si acabara de escaparme de una tormenta por un pelo, o incluso por menos. Javier se sonrió, me dijo al oído (tal vez temiendo que hubiese algún vecino escondido en el pasillo), en un susurro inaudible, como si me estuviera contando un secreto: “Se nota que no estuviste tomando”, dijo. Y para qué negarlo. No había tomado una gota de nada. A última hora los nervios me habían acusado, me habían preguntado de forma atroz: “¿Qué carajo acabás de hacer?”

Y cuando abrí la puerta y Javier se sentó entre las chicas, y cuando pidió que abriera un vino, que sacara los vasos, cuando encendió su cigarrillo con ese Zippo plateado que relucía a gloria, que destilaba algo de lujuria pero también campechanía. Entonces supe que algo estaba pasando. Que tal vez la noche podía escaparse. Que podía perderlo todo.

Y empecé a tomar sin recaudo, sin darme cuenta que estaba parado en la punta de un hilo. Y que en la otra punta, allá a lo lejos, sentada con su pelo de rulos y su sonrisa enigmática, sentada con los ojos gigantes y su mano suave y tremendamente femenina, allá, en la otra punta estaba la motociclista.

Prendí el monitor de la computadora. Puse un cd mientras apuraba el segundo vaso de vino: Wouldn’t it be nice de los Beach Boys comenzó a sonar. Y al lado, justo al lado de la computadora estaba el libro de Faulkner: Réquiem para una mujer. Y no pude menos que preguntarme: “¿Por qué tiene que ser todo tan difícil?”

La amiga de la motociclista corrompió el ambiente con una carcajada. Una de esas risas que dicen todo. Tenía las piernas cruzadas y emanaba una seguridad imprecisa, una agresividad seductora. Se acercaba para hablarte, te rozaba con la yema de los dedos para que entendieras mejor la idea. Y el humo comenzó a confundirme, a hacerme perder la cabeza. ¿Por qué apoyó su mano derecha en mi muslo? ¿Por qué dijo un poco más tarde cuando el alcohol nos había achispado a todos?

-Es un lindo departamento. Pero lástima, ¿no? Falta la presencia de un hombre.

Y me apoyó un poco más la mano en el muslo. ¿Y dónde estaba la mano de la motociclista? ¿Dónde estaban sus ojos? ¿Por qué Javier se reía tanto?

Los vinos y unos vasos de whisky y I just wasn’t made for these times, y después Pet sounds y Caroline no. Y una vez más: Caroline no. O al menos creí que todo se repetía, que todo volvía a comenzar hasta el infinito.

Y la motociclista diciendo:

-Sos tan dulce, pero no sé. No sé.

Y creo que en ese momento me levanté, caminé hasta el baño con paso impreciso, apoyé la cabeza en el inodoro y dejé que la noche se fuera de esa forma. De esa forma brusca e insana. Todo se fue con el agua girando y girando.

¿Qué más puedo decir?

A la mañana me desperté con un dolor de cabeza terrible.

No hay comentarios: