martes, 3 de junio de 2008

Frases sabias

Me dijo que iba a venir acompañada de una amiga. No sola. Sino acompañada de una amiga. Me dijo que iba a estar a eso de las ocho y que podíamos comprar unas pizzas. Y me dijo: No me preguntes nada, por favor. Dije: ¿Que no te pregunte nada? Dijo: No, no me preguntes nada. Hubo unos segundos de silencio. Y después corté.

Hace ya varias horas que agarré el libro de Martín Kohan. Simplemente lo agarré y me arrojé a la cama, tratando de desentenderme de todo. Ciencias Morales es el título. Parece que así, Ciencias Morales, se llamaba antes el Colegio Nacional Buenos Aires. Antes se llamaba así, tiempo atrás; por ejemplo, en el tiempo en que atacábamos ciegamente a los ingleses, en esa guerra que estuvimos tan cerca de ganar. Tan, pero tan cerca. Y en ese entonces, allá por el año 1982 es que está situada esta más que interesante novela. Una preceptora rígida (de esas rígidas rígidas) es la insulsa y monocorde protagonista de la historia. Y en un momento dado tuve el placer de enterarme que María Teresa, la preceptora, poseía lo que ella llamaba “la libreta de las cosas sabias”.

Esta es una de las frases sabias que María Teresa había anotado en su libreta de las cosas sabias: “Si lloras porque el sol se ha ido, las lágrimas no te dejarán ver el brillo de las estrellas”. Apenas leí esa enseñanza, dejé el libro sobre la cama. Cerré los ojos, meditando esa frase durante unos segundos. No tenía muchas vueltas.

Y después abrí los ojos, miré por la ventana. Era tarde, ya no había sol. Me llevé la mano a la cara, a la piel de la cara. La rocé. Estaba áspera. No lloraba. Todavía podía ver el brillo de las estrellas.

Eso hice durante unos minutos. Miré las estrellas, esos puntitos que en la ciudad se ven grises, tal como si nunca hubieran usado los blanqueadores que tan bien tratan de vender en la televisión. No, las estrellas no brillaban. Podría haber estado llorando tranquilamente, no me hubiera perdido de nada. O al menos no del brillo.

Más o menos a las seis de la tarde (no mucho después que mirara profundamente las estrellas, no su brillo, como dije antes, sino las estrellas a secas), recibí un mensaje de un tal “Javier poesía”. Es decir: Javier del taller de poesía. Javier es, sin lugar a dudas, un tipo de sexualidad un tanto dudosa. A la salida del taller, y antes de que se fueran todos a tomar algo (o quizás a fumar marihuana), me había pedido mi número de celular. No opuse reparos, por supuesto. El mensaje decía: “Perdoná, apenas te conozco, estoy aburrido, ¿querés hacer algo? No soy puto”.

No tuve que pensarlo demasiado. Javier era un tipo alto, bastante desgarbado, creo recordar que tenía una mirada perturbada. Era perfecto. Le pasé la dirección de mi casa y le dije que se viniera a las ocho, que iba a formar parte de una “suerte de reunión”. Mis últimas palabras fueron: “El alcohol será bien recibido”.

Esa mezcla extraña de personas (la motociclista, su amiga, el tipo de mirada perturbada) merecía, creí entonces, que ordenase un poco el cuarto. Eso hice: amontoné un cúmulo de fotocopias junto a la puerta y encimé peligrosamente, también junto a la puerta, los libros que andaban desperdigados por el suelo. Incluso me dieron ganas de pegar un cartel que dijera “Bienvenidos”. Lo pensé un poco (esta vez sin mirar las estrellas) y me decidí que ese cartel sería lo apropiado. Agarré un marcador y una hoja rayada de mi cuaderno universitario y escribí, en letra cursiva y bastante apretada: “Bienvenidos a casa”.

Acto seguido abrí la puerta y lo pegué con un poco de cinta scotch del lado de afuera. Lo miré unos instantes. Nada mal, pensé. Y también pensé: que comience la fiesta.

Eran las siete y cuarto de la tarde.

5 comentarios:

Unknown dijo...

hoa gowes!!!
todo mal que me dejaste el otro dia con la conversacion por la mitad....

silvakov dijo...

muy interesante su blog. lo encontre en sus notas de ICC... siga con el buen trabajo

Pablo Gowezniansky dijo...

Gracias, silvakov. Trataré de seguir con mi trabajo.

Aldo Bombardiere Castro dijo...

Frases sabias. Me gusta tu contrapunto: entre la descripción fragmentada y la continuidad de las historias. Justamente todo lo opuesto a lo sabio que, entendido clásicamente, es hallar la verdad contemplando de forma serena, limpia y única aquello que siempre se pasó por alto, por objeto gastado de monotonía.

Me gusta también la bipolaridad. Esa constante fluctuación entre el sentimiento de fracaso y el deseo de que algo puede estar mejor.

Quizás en las transiciones de éstos dos puntos puedas trabajar más. Hablo del puente que une lo psíquico y lo factual, la interioridad y lo objetivo.

Saludos.

Aldo Bombardiere Castro (Chanchar en el vicio de ICC, recuerdas?).

Pablo Gowezniansky dijo...

Los filósofos farsantes me caen muy bien. Mientras más falsos, mejor.
La filosofía, después de todo, tiene que mentir un poco. Y qué mejor que mentir honestamente.

Te agradezco la crítica, y voy a ver cómo me trata esa bipolaridad de la que hablaste. Me gusta particularmente eso de "lo psíquico y lo factual".

Lo psíquico y lo factual. Sí, me gusta.