jueves, 29 de mayo de 2008

Taller de poesía

Habían pasado varios días. Ya no esperaba respuesta. Hacía frío y, campera y bufanda de por medio, estaba caminando hacia el Centro Cultural Borges. Avanzaba por Medrano fumando un cigarrillo y meditando sobre cómo sería el taller de poesía del tal Rodolfo Arreta, cuando una señora gruesa y de paso altivo me llevó bruscamente por delante. Pensaba darme vuelta y lanzarle algún tipo de improperio (algo así como: Señora, el mundo no es ni será suyo por más gorda que usted sea), pero entonces sonó el celular; uno de esos pitidos cortos que señalan un mensaje de texto. Y aún más lacónica fue la respuesta, un crudo y nada sensiblero: “No”.

Al parecer, la motociclista no quería casarse conmigo.

Apurando el paso, reflexioné unos instantes sobre la posibilidad de llamarla. Pedirle disculpas y concertar un nuevo encuentro. Ese era el plan. Vos sabés, Anto, no me encontraba en mis cabales (pensaba usar la palabra cabales, sí), estaba medio triste a la madrugada y te mandé ese mensaje estúpido, no me cuestiones, por favor, uno actúa a veces sin saberlo y…

Y sin darme cuenta llegué al centro cultural. ¿Por qué estaba actuando yo? No tenía ni siquiera una pálida idea.

La entrada era grande, había que sortear un escalón y llegar ante una de esas puertas que cuestionan tu presencia. La traté de abrir pero no se dejaba. Un timbre, a un costado, me pareció la mejor manera de actuar. Hola, dijo una voz femenina del otro lado del receptor. ¿Sería linda? Vengo al taller literario de Arreta. No hubo ningún comentario más, un ruido me indicó que ya estaba capacitado para abrir la puerta. Eso hice.

Avancé por un pequeño pasillo que había a mi izquierda y vi a una mujer apostada detrás de un escritorio. No era muy joven, pero tenía una belleza que la fea ropa que usaba no alcanzaba a disimular. Le ofrecí una sonrisa y un nuevo saludo. ¿El taller de Arreta? Segunda puerta a la derecha, dijo mientras retrucaba mi sonrisa con una sonrisa aún más grande. Le agradecí y doblé a la derecha. Nada mal para una primera conversación.

Caminé unos pasos, abrí una austera puerta vidriada y me encontré ante dos mesas, diez personas, y una voz altisonante que prontamente se silenció al verme entrar.

-Diga –el hombre, sin lugar a dudas Rodolfo Arreta, giró su cabeza y me miró. Tenía una ceja levantada.

-Vengo al taller literario –respondí sintiéndome, debido a la obviedad de mi comentario, un poco idiota.

-Eso se ve –dijo Rodolfo Arreta, sin bajar la ceja en ningún momento- ¿pero usted quién es? ¿Está anotado? ¿Sabe que este taller comenzó hace un mes?

Tantas preguntas y tan difíciles. Tomé aliento. La primera de todas se respondía fácil. La segunda no tanto; yo no estaba anotado. La tercera preferí omitirla.

-Tome asiento –dijo después de pensárselo un rato.

Me senté en una silla entre medio de dos mujeres, y cuando lo volví a mirar Arreta ya tenía la ceja en el lugar que correspondía.

La clase transcurrió lentamente. Fiel a su estilo de chaqueta a cuadros de tweed y cigarrillo apagado en la mano, Arreta habló sobre lo que él creía que era una poesía y por qué (siempre según él) la poesía de una de las chicas presentes (para nada linda) era una ofensa hacia los grandes poetas. Comenzó a nombrar una larga lista de poetas que, según Arreta, eran los Grandes Poetas. Yo, en un momento dado, alcé la voz y dije “Neruda”.

Rodolfo Arreta levantó su característica ceja derecha, dejó el cigarrillo apagado sobre la mesa y dijo:

-Neruda no es un Gran Poeta.

La clase terminó, más o menos, con esa afirmación.

A la salida, un grupo de cinco o seis personas me ofrecieron ir con ellos a tomar algo. Todos deben fumar marihuana, me acuerdo que pensé. Rechacé cordialmente la invitación y le mandé un mensaje a Antonela.

"Necesito verte", decía.

2 comentarios:

Nina dijo...

Me gusta cómo se perfila un personaje, no en una sola de las entradas del blog, sino en todas en su conjunto.
Eso sí, estoy de acuerdo: Neruda no es un Gran Poeta (no es que yo sepa mucho de poesía, por otro lado).
Nada más, beso

Pablo Gowezniansky dijo...

Bueno, al caso yo sé todavía menos de poesía. Pero por suerte (para mí) no sigo la línea de Hemingway.
Se puede hablar de la guerra sin haber estado en la guerra. O al menos eso es lo que pienso.