lunes, 26 de mayo de 2008

Y todo por culpa de Groucho Marx

Voy a contar exactamente lo que sucedió. Voy a contar por qué a mi mente aturdida se le ocurrió mandar ese estúpido mensaje de texto en plena madrugada. Voy a contar por qué hoy falté a la facultad y por qué no pienso levantarme de la cama en lo que resta del día. Y todo es por culpa de Groucho Marx.

Era muy entrada la noche, había prendido el velador que está junto a la cama y veía con satisfacción como una suave luz verde inundaba de claridad ese cúmulo interminable de acolchados. Los había sacado del armario en un intento por paliar el frío que se había apoderado del departamento. De un día para el otro, un frío de cárcel. La ventana, sin ir más lejos, estaba tan helada como una monja que ve por primera vez en su vida a un hombre desnudo. Por eso prendí la estufa, y por eso acumulé un ejército de acolchados sobre las sábanas. Quería pasar una de esas noches. Tirado en la cama, calentito, con un libro entre manos y mojándome los labios con un poco de whisky.

Una de esas noches.

Pero el whisky comenzó a surtir efecto, de eso no cabe duda, mucho más rápido de lo que esperaba. Quizás se debió a la cena esquelética que había tomado unas horas atrás o quizás se debió a que mi estómago se había debilitado después de tantos años de intoxicarlo con alcohol (me inclino fervientemente, sin embargo, por la primera opción). Lo cierto es que el primer vaso me golpeó las células del cerebro con violencia. Y lo cierto es que fue por eso que agarré el libro de Groucho Marx. Necesitaba acción. Necesitaba un poco de mujeres. Y aunque sólo se tratase de mujeres volando por mi imaginación, las necesitaba igual. La carne no era lo importante, o al menos no era lo importante cuando agarré el libro.

La primera anécdota trata de una perversión entre un niño de cuatro años (el joven Groucho Marx) y una tía con un perfume propio de los burdeles. Una cosa desagradable, y sin embargo inocente, y sin embargo –levemente- graciosa. Y así fueron pasando las anécdotas hasta que llegué a esta. A esta estúpida descripción. Y la voy a citar tal cual está escrita en mi libro, y que, según Manuel Talens (el traductor), sería lo que hubiera escrito Groucho Marx si este hubiera entendido más de dos palabras de español.

Habla de una noche de desesperación juvenil: una de esas noches en que uno es incapaz de quedarse quieto, en su cama, en su habitación, sin tratar de conseguir una chica. Y Groucho estaba buscando entre sus contactos femeninos y ya había ido descartando uno a uno hasta que finalmente llegó al último de todos. Una tal Celia, y dice así: “A Celia la recordaba perfectamente: era pequeña, con lentes de contacto, poco culo y unos pechos cuyas dimensiones, a efectos prácticos, eran más que suficientes.” Esa cita me volvió loco. A efectos prácticos, claro. Me lo puse a pensar y sí: a efectos prácticos las dimensiones de las tetas de la motociclista eran más que suficientes. Quizás el alcohol se me había subido al cerebro, pero en su momento me pareció muy cierto. A efectos prácticos, volví a pensar, aunque nunca las haya tocado, las dimensiones de esas tetas son más que suficientes.

Lo de poco culo, bueno, ninguna mujer es perfecta. Pero a efectos prácticos...

Y mandé el siguiente mensaje de texto. Era la una de la madrugada, había acompañado la lectura con un segundo vaso de whisky y estaba echando chispas. Sin duda, si alguien hubiera tenido la ocurrencia de colocar una madera al lado mío habría ocurrido un incendio desastrozo.

El mensaje de texto decía: “Te amo, ¿querés casarte conmigo?”

3 comentarios:

Nina dijo...

Uffff
Esas cosas no se hacen...

Pablo Gowezniansky dijo...

No, no se hacen.

Unknown dijo...

Esas son cosas que uno hace cuando tiene a su disposicion un maldito celular y un cerebro entorpecido por el alcohol.
Sonrisas garciamarquezcas para ti.