sábado, 26 de julio de 2008

Cuando se acaba la calma

Era una sensación hermosa: estar abrazado a la motociclista, con las luces rojas y azules parpadeando, y un ronquido suave, un murmullo que era como el fluir de un río, y dos copas rojas, de un rojo intenso que flotaba sobre nuestras manos libres, y los labios casi unidos susurrando te quiero, y yo también, y yo aún más, pero yo mucho más. Y cuando me desperté tuve que entender que todo eso era mentira, que mi inconsciente, una vez más, me había traicionado.

Estaba solo en mi departamento, las sábanas completamente sudadas. Y me acordé de la llamada de la noche anterior. Estoy en un ratito le había dicho, pero miré el reloj de pared y me di cuenta de que algo no andaba bien. Tardé en comprender que la luz del sol estaba cayendo y que el reloj no me estaba engañando. Pero nada parecía tener sentido, salvo que hubiera ocurrido eso: que hubiera dormido veinte horas sin darme cuenta: como si la noche y la mañana y la tarde hubieran transcurrido en un soplo.

Me levanté de la cama de un salto, pisando el libro de Faulkner sin quererlo. Una víctima, pensé, la primera del día. Me preparé un té antes de decidirme a salir. Después me puse un saco marrón (lo había conseguido a un precio irrisible en una feria americana), un pantalón de corderoy (el único de corderoy que tengo) y las rotosas zapatillas que hace unos años había comprado en Bolivia. Pero no pude tomar el té; sentía que algo estaba por decidirse, que había algo que estaba ocurriendo y que quizás no estaba a mi alcance detenerlo. Sentí que el mundo era una masa amorfa con vida propia, y que yo apenas era un punto ínfimo, casi invisible: una gota de leche en una taza de café.

Pero cuando salí, el frío me resultó insoportable, y seguí caminando, porque de alguna manera (no podía precisar cómo) sentía que lo merecía. Carajo, Antonella estaba en el hospital. Sola y me habían dicho que fuera y no fui, y me quedé dormido y… ¿Y cómo era posible, cómo podía haber pasado algo así? ¿Cómo carajo había dormido durante veinte horas sin darme cuenta?

Encendí un cigarrillo y seguí caminando. A unas pocas cuadras un tipo tambaleándose comenzó a hablarme, me siguió los pasos durante unos metros, le dije algo que no me acuerdo, o quizás no le dije nada. Quizás solamente le haya dicho que me dejara en paz, que por favor no me molestara. Y en algún momento se fue, y en algún momento llegué al hospital Garrahan, y en algún momento una enfermera me dijo el número de una puerta, y subí unas escaleras, y creía que tanto blanco sobre blanco iba a terminar volviéndome loco, y cuando llegué a esa puerta (también blanca, aunque la manija estaba rota, casi suelta), tuve que detenerme. Apoyé una mano en la pared, y después la cabeza, y también creí que unas lágrimas iban a salir despedidas de mis ojos como si fuera obvio, como si no estuviera a mi alcance impedirlo. Pero eso no ocurrió, y ya estaba por entrar cuando por el pasillo miré esas piernas esbeltas, tapizadas por unas medias marrones, elegantes, y más arriba una pollera, y un sweater verde, casi chillón, y un pelo rizado, cayendo en ondas a los costados de la cara. Y la saludé y me saludó y nos dimos un beso en la mejilla (¿eso era la mejilla?), y Laura trató de decirme algo.

-Los brazos –pero entonces se calló; era como si no pudiera decir más que eso: los brazos, y volvió a repetirlo:- Los brazos…

Y me separé un poco, abrí la puerta y entré.

La austeridad de la habitación me resultó igual que un golpe, un golpe donde más duele. Había unos aparatos, una bolsa llena de un líquido marrón, una pared larga y blanca donde debería haber alguna ventana, un resquicio donde se debería poder mirar algo más, algo que no fuera blanco, o al menos alguna cosa que no fuera puramente utilitaria.

Y en el medio, justo en el medio de la habitación (como si las enfermeras fueran unas psicóticas amantes del orden perfecto) estaba la cama, y sobre la cama, yaciendo con un color blanco, un color que parecía mimetizarse con la palidez de todo el hospital, estaba Antonella. Tuve que aferrarme a la manija de la puerta para no caerme.

Nunca había visto algo así.

3 comentarios:

silvakov dijo...

todavia q no hubiera visto nada igual... , sus palabras sonan tan distantes!
su estilo narrativo, no tienes igual! (no podria perder la oportunidad... pero si, me gustan mucho sus escritos...)

Pablo Gowezniansky dijo...

Me alegra que lo disfrutes, Silva. Y espero seguirte viendo por acá. Por mi parte, lamento mucho no poder entender tu blog: ¡Es que lamentablemente mi portugués es pésimo!

Aldo Bombardiere Castro dijo...

Descripción hábil. Reparas en detalles que incluso tientan a hacernos pensar en un sentido simbólico subyacente (sobre todo lo de la manilla de la puerta). Pero no. Es mejor así, sin un sentido global ni la clarividencia lógica de escritos totalizantes que traduzcan a la luz conceptual la niebla de lo simbólico. Prefiero que los detallismos agrios que inundan tus escritos expresen incoherencia y confusión-como lohacen-, la psiquis de un personaje problemático, habitante de una mediocridad que siempre embellece sin poder superarla. Un mecanismo de resistencia.

Te veo siguiendo la línea de Bolaño, eres un obrero de las poéticas del fracaso.

Ja ja!...y las piernas.