Dos y media de la madrugada: el celular comenzó a bailar sobre la mesa. Pegué un grito, bufé varias veces. Volví a gritar. Pero no se callaba. Tuve que levantarme, agarrarlo, leer: "Mañana no trabajo. ¿Te parece ir al Abasto?". Nunca odié tanto al género femenino.
A la mañana, con el sol escondido detrás de bolsas de nubes, consideré que no había nada mejor que hacer más que dormir. Dormir. Dejar de pensar en la carrera (rendí Contabilidad II hace tres días: casi no estudié: probablemente la repruebe otra vez), la motociclista, las interminables noches en bares de cuentos, reuniones con pseudo poetas, y cocinar y limpiar y buscar ese trabajo que no encuentro por ningún lado. Dormir. Y el celular volvió a cantarme "Hello Dolly" y a despertarme una vez más y a la mierda con todo. "¿Te llegó el mensaje?".
¿Me llegó el mensaje?
Volví a tirarme en la cama, no sin antes tomar la prudencia de apagar ese bicho tecnológico.
Me desperté cuando las nubes estaban bajando la guardia y sus largas filas dejaban de cubrir el cielo celeste. Me desperté para tomar un poco de aire, fumar un cigarrillo y tratar de aliviar tantas tensiones. Pero no pude contenerme, la llamé. ¿Patio de comidas del Abasto? No tenía un peso. No tenía ganas. No quería verla. Dije que sí. ¿Siete y media de la tarde? Ni un segundo después.
Esa debilidad que tengo hacia las mujeres no es algo nuevo. Basta que sonrían un poco y que se muestren un poco dóciles, basta un "Ese corte de pelo te queda bien" para que se me tatúe una sonrisa bobalicona en la cara. Eso mismo dijo: Qué bien te queda el corte de pelo. La besé durante largos minutos.
Ya estábamos instalados en el patio de comidas. Unas insoportables canciones de pop yanqui sonaban suavente, obligando (de una forma no muy sana) a que no existieran silencios. Pero hubo uno muy largo, y la música lo cubría, y después de juguetear con los dedos en la mesa Antonela habló:
-Quiero conocer tu departamento -dijo desviando los ojos de su plato (unos ravioles con salsa filetto: nada muy elaborado: me gustan las mujeres simples).
-Ya lo vas a conocer -respondí tratando de demostrar una seguridad digna de un profeta. Claro, mi profecía era fácil de cumplir. Yo tenía la llave. Continué:- ¿Te parece el domingo?
Mi mano estaba apoyada en la mesa. Y de pronto sentí la suavidad de su mano enlazándose con la mía. Sonrió, me miró a los ojos.
-Me parece.
Y volvió a bajar la mirada hacia su plato. Esos ravioles que se veían mucho mejor que mi ensalada. Cuidar la figura, le dicen. Y también el bolsillo.
La despedida fue breve. Un beso corto, unas promesas vagas, repetidas. Pero mis últimas palabras quedaron vibrando en el aire.
-Hasta el domingo -dije.
Y hasta el domingo será.
sábado, 3 de mayo de 2008
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1 comentario:
"Hasta el Domingo" Día triste si los hay, sobre todo cuando uno piensa en la proximidad de otro lunes rutinario y secante.
Pero más aun cuando te llamás Gaston y apostas tu suerte en un juego perdido que comienza y termina en ese mismo domingo.
Un abrazo Pablo!!!! Asi como Gardel canta cada día mejor, vos escribís siguiendo esa máxima.
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